Estar y no ser. Implicados en un mundo donde prima el momento y la emoción. Futuro y felicidad aparte, ¿qué consecuencias tiene para la identidad del artista en el hoy? Me hago esta pregunta inspirado por tres autores que han analizado el comportamiento de la sociedad actual; y trasladando su influencia al mundo del arte:
El sociólogo Zygmunt Bauman utiliza el concepto de modernidad líquida para describir la fragilidad, la incertidumbre y la inestabilidad de las relaciones sociales, económicas y culturales de nuestro entorno, donde todo cambia a una velocidad vertiginosa y nada es sólido ni duradero; todo se vuelve líquido y se escapa de nuestras manos. ¡Cuánto daño ha hecho el «Be water, my friend»!, me sonrío mientras escribo estas líneas.
El filósofo Guy Debord denuncia la alienación de las masas por medio de la imagen, el consumo y el entretenimiento con lo que él define como sociedad del espectáculo. En ella, la realidad se sustituye por una representación falsa y manipulada que nos hace creer que somos libres y felices, pero que en realidad nos somete a los intereses del poder y el mercado.
Por otro lado, con la era del vacío, el filósofo Gilles Lipovetsky caracteriza la pérdida de sentido y de valores en la cultura occidental. La ausencia de proyectos colectivos, de ideales compartidos y de compromisos éticos ha dado lugar a la proliferación de individualismos narcisistas, de hedonismos efímeros, de nihilismos depresivos.
Estas tres perspectivas parecen indicar que vivimos en la era del estar y no del ser, en un mundo inmediato y pasajero. ¿Nos convierte esto en sujetos sin identidad definida ni propósito trascendente? ¿Qué papel ocupa entonces en la sociedad un arte que no aspira a trascender?
ARTISTA, MERCADO Y ARTE: MÉNAGE À TROIS, O PERVERSO TRIÁNGULO AMOROSO
Estar en el arte contemporáneo implica constante movimiento, perpetua fluidez y transformación. Las corrientes artísticas emergen y desaparecen rápidamente, las técnicas y los estilos se transforman en un abrir y cerrar de ojos. El arte actual se caracteriza por su fugacidad, su falta de permanencia y su adaptabilidad a las tendencias del momento. Es la ley del mercado.
A veces, en mi cabeza, represento al mercado del arte como ese tercero, entrometido en la relación idílica de arte y artista. Uno que aparece y se hace valer, a través de sus normas, como portador de pragmatismo, seguridad, estabilidad y dinamismo en una relación excesivamente emocional y desordenada. Cordura, que le llaman.
Así, en contraste, el ser artista se ve desafiado. La idea de una identidad artística sólida y definida se vuelve difusa. En el arte, más mercado que nunca, el artista se enfrenta a la presión de reinventarse y estar a la vanguardia, de captar la atención de todos. La apariencia y la espectacularidad cobran mayor relevancia que el mensaje o la reflexión profunda. La emoción se busca de manera inmediata sin dar lugar a la contemplación y la crítica; a aprehender.
Claro es que estas tendencias afectan la identidad del artista. La presión por destacar y ser relevante en un entorno saturado de estímulos visuales y mediáticos puede llevar a una pérdida de autenticidad y de integridad. La búsqueda de la aprobación y la validación externa puede, y quiero creer que solo puede, prevalecer sobre la expresión personal y la exploración genuina. Es entonces, cuando esa cordura portadora de equilibrio se torna fuente de inseguridad con capacidad de volarlo todo por los aires, el momento de sabernos aún decisores en la relación que nos permite sobrevivir.
SUPERFICIAL NO ES ANTÓNIMO DE AUTÉNTICO
La superficialidad y la autenticidad son conceptos tradicionalmente opuestos. La superficialidad implica quedarse en lo banal, sin profundizar ni indagar más allá de la apariencia o las emociones inmediatas y efímeras. Por otro lado, la autenticidad implica ser genuino, sincero y fiel a uno mismo, una exploración de la propia identidad, de las emociones y experiencias personales, requiriendo una conexión interna y una expresión sincera de lo que uno es y siente.
Sin embargo, esa sociedad que nos empuja a relacionarnos superficialmente con el exterior no nos imposibilita mantener una relación profunda y honesta con nosotros mismos. Precisamente es en esa soledad cuando, según esa misma tradición, la genialidad del artista ocurre, aparece, en un momento donde la sinceridad y la habilidad del artista se concentran en la creación de la obra. Sin olvidar que hay quienes utilizan elementos aparentemente vacíos como desafío, para cuestionar las normas establecidas y generar una reflexión más profunda en el espectador.
ARTISTA, NO HÉROE
Si bien el arte tiene el poder de generar conciencia y despertar emociones, no siento que mi responsabilidad como artista sea cambiar el mundo. Me gusta representar cómo siento aunque no siempre pretendo compartirlo. Mi objetivo personal es capturar emociones, reflexionar y, a veces, propiciar vínculos entre espectador y mis pensamientos convertidos en obra.
Podría decir que mi labor, pues, es mostrar mi ventana a la realidad, ofrecer una visión subjetiva de lo que me conmueve positiva o negativamente. Ni siquiera la denuncia es necesaria; en ocasiones tan solo pretendo señalar para que el espectador interprete, construya su relato y decida. Así, en última instancia, el impacto y las acciones que surgen a partir de ese mensaje son responsabilidad de aquellos que interactúan con mi arte.
El arte puede actuar como un catalizador para el cambio, pero su verdadero poder radica en su capacidad para inspirar, estimular el pensamiento crítico y fomentar el diálogo. Cada individuo que se vea afectado por una obra tiene la libertad de interpretarla y decidir si quiere tomar acción o no. Una tarea que recae en toda nuestra sociedad.

Ilustración. Juan Esteban

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