Cada mañana, la oportunidad de tomar un café a solas supone uno de mis mayores regalos del día.
Compartirlo con alguien se torna complicado y a veces incómodo: la vida vuela rápido y nos falta tiempo para saborear cuanto tenemos a mano. Sería sencillo si asumiéramos con naturalidad que no todos los encuentros están libres de agenda y tiempo límite, pero no estamos preparados; sugerirlo nos convierte en desagradables y ni siquiera tú tolerarías tal desprecio.
Cuántas veces he deseado concluir uno de esos compromisos para perderme en mí mismo. En ese café en silencio o acompañado de música, lápiz y papel o, desde hace un tiempo, el iPad. Y el móvil, el gran demonio de la modernidad.
El antes bostezo y mirada perdida se transforman en cíclicos vistazos a numerosas y oportunas notificaciones. En un mundo de experiencias breves e intensas, de estímulos paralelos y espejismos.
“El mundo moderno está enfermo”, me reprochas, justo cuando me pierdo dibujando en mi cabeza ‘Absenta’ del maestro Degas.