Querido diario —mi3rdas de un #neurodivergente.

Desde la infancia construí una fachada de felicidad en la que cantaba cada mañana y me creía afortunado de ser una persona alegre por naturaleza. De hecho mi sonrisa siempre ha sido mi bandera.

El tiempo hizo el resto.

A los 48 años, con la ayuda de profesionales, me acepté como  persona neurodivergente con triple excepcionalidad —altas capacidades, TDAH y Persona Altamente Sensible— y un cuadro ansioso-depresivo cronificado desde la infancia.
Lo que ocurre en la primera infancia deja cicatrices profundas, moldeando la percepción del mundo y de uno mismo. Mi cerebro, desde pequeño, no conoció otra cosa y construyó una vida sobre una normalidad anormal por supervivencia. Imagino que la presión de aparentar normalidad y buscar aceptación me llevó a ignorar mis verdaderas emociones y ocultar mi sufrimiento, a cambio de vivir con una alta disociación que sobrellevé y disimulé como pude.
En algo más de tres años, tiempo récord me dicen, he reaprendido a vivir dejando atrás esa felicidad de juguete que construí ingenuamente; y alcanzando paz por cada milímétro que día a día he ido cerrando mis brazos alrededor de mí, abrazándome con comprensión y aceptación.
En este tiempo he aprendido a valorar y disfrutar cada segundo de mi soledad y del silencio, y a encontrar alegría verdadera en lo cotidiano.
Hace un par de días terminé de ver la primera temporada de la serie «Materia oscura» y, reflexionando sobre ella y esperando no hacer spoiler, creo que he llegado a la certeza de que, de tener oportunidad, no me daría ningún consejo a mi yo del pasado.
Somos supervivientes y solemos hacer el futuro reconstruyendo el pasado con leves variaciones. Y es nuestra labor encontrar un soplo de esperanza en el que construir un yo mejor.
En ese camino estoy y esa es mi paz.

(Gracias, Marnie).

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